Si no te es mucha la molestia


Por Antonio Álvarez Bürger

En una ocasión le escuché decir a un amigo: “Cuando pierdes a tu madre, se experimenta la verdadera soledad”.  No obstante, él era un maestro de la mordacidad. Solía reflexionar, con aquel escarnio tan suyo, utilizando la paradoja y el absurdo para hacerse notar. Y como año a año se celebra el Día de la Madre, traigo a cuento uno de sus cavilosos asertos.
 “¿Tu mamá ha sido mala contigo?” -solía interrogar-, “porque te puedo asegurar que la mía lo era…Es más, tuve la madre más malvada de todas….”.

Entonces procedía al inventario: “Cuando niño, mientras mis amigos vivían comiendo pastillas y chocolates, ella nos daba a mí y a mis hermanos puros cereales, huevos y leche. Vivía vigilándonos 
para saber dónde y con quién estábamos. Éramos unos verdaderos prisioneros.
 “Además que se lo pasaba insistiendo que si nos 
comprometíamos a estar fuera una hora, teníamos que regresar obligadamente en una hora.
 “Avergüenza decirlo, pero mi mamá vivía violando la Ley del Trabajo de Menores, porque nos hacía lavar los platos, tender nuestras camas, aprender a cocinar, barrer el patio y un sinnúmero de otros trabajos inhumanos. Yo creo que se lo pasaba todas las noches en vela, inventando nuevas cosas que nos iba a obligar a hacer al otro día. Nos molestaba reiteradamente con que había que decir siempre la verdad, aunque ésta doliera. Al menos a mí, me 
tenía hasta el cogote. 

 Después, con el paso del tiempo todo fue peor, porque mientras mis amigos y amigas de 15 y 16 años podían ir a bailar y llegar tarde a sus casas, a nosotros no nos dejaba salir. Nos decía que teníamos que esperar por lo menos hasta que cumpliéramos los 18. Era una verdadera lata. Es triste decirlo, pero por culpa de nuestra madre 
nos perdimos muchísimas experiencias que otros jóvenes pudieron vivir. A ninguno de nosotros nos sorprendieron alguna vez robando, drogándonos, bebiendo alcohol o dañando la propiedad ajena. Es 
más, ni siquiera nos arrestaron por alguna falta menor. Eso fue culpa absoluta de mi madre…
“Ahora somos todos adultos y ella ya no está. Estamos casados, tenemos hijos, somos honestos y responsables.

 “Y tengo que reconocerlo: todos (mis hermanos y yo) estamos haciendo nuestro mayor esfuerzo para ser malvados con nuestros hijos, tal y como nuestra madre lo fue con nosotros”.

A propósito de esta sesuda reflexión de nuestro amigo, son elocuentes las postreras líneas de una carta que le dejara una vieja escritora, tras su muerte, al hijo único. Rezaba en parte así: “- …pero, sobre todo, te amé lo suficiente como para decirte ¡no!, aunque sabía que me ibas a odiar por ello. Ésas fueron las batallas más difíciles para 
mí. Sin embargo, estoy contenta porque dieron resultado, porque las gané y porque, al final, las ganaste tú”.
 Tenemos que admitir que el Día de la Madre se ha convertido, como muchos otros, en un nuevo pretexto de la sociedad de consumo. Sin embargo, es una fecha propicia para meditar sobre cómo hacer de ésta una ocasión especial. ¿Qué más decir? En el Día de la Madre o no, cuando beses a la tuya, si no te es mucha molestia, bésala también de mi parte.