¿Cómo identificar a un acosador o acosadora sexual en el trabajo?

No existe un perfil único para los acosadores sexuales, pero investigaciones científicas sugieren que ciertos patrones son comunes, especialmente entre quienes tienen posiciones de poder. Según estudios en psicología organizacional, los acosadores suelen mostrar conductas narcisistas, una baja empatía y una tendencia a cosificar a las personas que los rodean. También es frecuente que utilicen su posición jerárquica o social para establecer control sobre sus víctimas (McDonald et al., 2015).

Otro dato interesante es el siguiente: la evidencia científica muestra que los hombres son los principales perpetradores de acoso sexual en el ámbito laboral, representando entre el 70 y el 90 % de los casos (Fitzgerald et al., 1997; Cortina et al., 2001). Aunque las mujeres también pueden ser acosadoras, los patrones suelen diferir; los hombres tienden a ser más explícitos en sus avances y coacciones, mientras que las mujeres a menudo utilizan estrategias psicológicas o emocionales. Estas diferencias no son absolutas y varían según el contexto social y cultural. Además, estudios en psicología y sociología destacan que el acoso sexual no siempre se origina en el deseo sexual, sino en una búsqueda de poder y dominación. El modelo de Fitzgerald et al. (1997) señala que los entornos laborales permisivos o jerarquizados fomentan este comportamiento, mientras que factores como la impunidad y la falta de consecuencias refuerzan la repetición de estas conductas.

Respecto a si esta conducta se debe a repetición de patrones familiares, existe evidencia científica – limitada pero consistente – que conecta comportamientos abusivos con patrones familiares aprendidos. Estudios sobre la violencia intergeneracional indican que crecer en entornos donde se normaliza la desigualdad de género o el abuso puede influir en la probabilidad de desarrollar conductas de acoso (Stith et al., 2000). Sin embargo, esta conexión no es determinante, ya que también intervienen factores individuales, sociales y culturales.

La literatura científica clasifica a los acosadores en categorías como “Instrumentales” (buscan recompensas sexuales o materiales mediante amenazas o coacción); “Hostiles” (actúan desde un lugar de odio o resentimiento hacia las víctimas) y “Oportunistas” (cometen acoso cuando creen que no habrá consecuencias). El modus operandi varía desde acciones sutiles como insinuaciones o bromas hasta coacciones explícitas y agresiones físicas. Los casos más graves, según la OMS, son aquellos que implican agresiones físicas o violencia sexual, debido a las profundas secuelas psicológicas que generan.

Existen numerosos estudios que han documentado los efectos del acoso sexual en las víctimas. Según el informe de la American Psychological Association (2018), estas personas suelen experimentar estrés postraumático, ansiedad, depresión y pérdida de autoestima. Además, el acoso prolongado puede derivar en problemas físicos, como insomnio y trastornos cardiovasculares. Estas secuelas son más severas cuando el acoso es reiterado o viene de una figura de autoridad.

¿Qué debe hacer una víctima de acoso sexual en el trabajo frente al miedo de vivir una situación de este tipo? La evidencia científica respalda la importancia de documentar el acoso como primer paso. Estudios de intervención en casos laborales (Cortina et al., 2001) muestran que las denuncias bien sustentadas, con evidencias como mensajes, correos o testigos, tienen mayor probabilidad de prosperar. Además, buscar apoyo externo, como asesoría legal o terapéutica, resulta fundamental para mitigar el impacto emocional y recibir orientación práctica.

Respecto a si se puede tratar a una persona acosadora, la evidencia científica aquí es mixta. Algunos programas de intervención psicológica, como la terapia cognitivo-conductual, han demostrado eficacia en modificar patrones de comportamiento abusivo en entornos laborales (Day et al., 2010). Sin embargo, el éxito del tratamiento depende de factores como la disposición del acosador a reconocer su conducta y la existencia de consecuencias claras para sus acciones. Sin estas condiciones, la probabilidad de reincidencia sigue siendo alta.

* Dr. Nelson Lay Raby, académico de la Escuela de Psicología, UNAB Sede Viña del Mar.