Por Antonio Álvarez Bürger
¿Ha oído usted hablar del “imperialismo de la imagen”? (ergo televisores inteligentes, tablets, smartphones, computadoras portátiles, smartwatches, sistemas de realidad virtual, etcétera), ésa que cuando suple a la lectura anula los conceptos y atrofia nuestra capacidad de entendimiento?
Había un autor que sostuvo que los aparatitos estos ejercen tal influjo en los hogares, en las calles, en el transporte público, en las reuniones sociales “y en todo lugar”, que hacen prácticamente inviable la comunicación hasta en el seno de las familias. Hoy por hoy, vaya que embarazoso es el problema; cómo inhabilita y demuele la inteligencia, provocando una adicción que es francamente enfermiza. La mayor parte de las personas ha aprendido un vocabulario de usual uso en la televisión, los teléfonos celulares y los otros artilugios o ingenios mencionados, que en no pocas ocasiones ha sido incluso “rescatado” del “coa”, jerga utilizada por los reclusos en las cárceles (ej. la conserva: cárcel; abrir el tarro: confesar un delito; aceitar el piano: sobornar; apagar la vela: asesinar a alguien). Esto viene siendo algo así como una nueva cultura oral, en la que nos encontramos con groserías de marca superlativa, con agresiones verbales gratuitas, con exhibicionismos y voyerismos que ofenderían al más desvergonzado.
El hombre actual, definitivamente ha quedado prisionero de las máquinas que él mismo inventó. De todo hacen pasto y se mofan los aparatitos aquellos, despertando los mayores y más ocultos apetitos del hombre por consumir lo que está a su alcance. Así, cuando el dinero consigue dominar al hombre, las ciudades se transforman en un megamercado y sus habitantes en consumidores (los más) y en productores (los menos). A la gente light no le interesan más las historias de los héroes y los santos auténticos como en otras culturas no contaminadas. Sus modelos son los que observan en las seductoras pantallas de componentes electrónicos o diodos orgánicos que emiten luz. De este modo el bienestar general se incrementa, ora como una conquista a base del legítimo esfuerzo, ora como una mera ilusión o lejana aspiración, mientras el desarrollo espiritual se reduce o simplemente se diluye.
En estos tiempos “globalizados”, donde el trabajo pierde su sentido humanizante, mucha gente no busca sino el placer. Antes, en los barrios, villas o poblaciones, todos se conocían y se saludaban, e incluso muchos se visitaban con alguna habitualidad. Ahora campea la despersonalización. La gente es indiferente entre sí y sólo se esfuerza por gozar de placeres particulares. Nadie está dispuesto para nadie, sino para lo que le sirva a sus intereses.
Estas pantallas de la más variada envergadura, hacen sentir como “el hombre de la manada” que no cavila, que no analiza, y que sólo hace lo que los demás hacen o le piden que haga. Es un hombre sin libertad, al que le falta reflexionar, crear, imaginar… En fin, soñar. Es un ser que ha llegado a abominar de la lectura y del silencio, porque ha terminado siendo un incondicional, un prosélito del bullicio, lo que le impide hoy proyectarse por sí mismo. ¿Hasta cuándo? Sólo Dios lo sabe.