Por Antonio Álvarez Bürger
Este señor, José, contaba al bulto en el bulevar de Barros Arana, para que todos lo pudieran oír, que se sentía tan identificado con Ortega y Gasset por aquello de las circunstancias que –en modo alguno– podía soslayar su inquietud ante tanta circunstancia adversa.
Tenía este señor, José –hace unos años–, una pequeña fábrica de calzado artesanal en Barrio Norte y una camioneta de alta gama. Por la fuerza de las circunstancias (la irrupción del calzado importado a más bajo precio), se vio en la obligación de cerrar abruptamente su negocio. Después, para estar nuevamente a la altura de las circunstancias –porque no quería perder su estatus– se atrevió con un local comercial de venta de papas fritas. Las circunstancias actuales (libre competencia, en que el pescado más grande se come al más chico) lo llevaron otra vez al descalabro. Así que se asoció con un hermano, se instaló en la vega monumental a vender colaciones y ¡cataplún!: para variar sonó. Las circunstancias no estaban dadas. Había demasiados locales dedicados a lo mismo.
Atendidas estas circunstancias, y ya sin fondos, se fue a pedir un préstamo para tratar de reabrir su antiguo taller de calzado, y de paso se desprendió de la camioneta. Las circunstancias ahora le fueron aparentemente favorables, ya que lo consiguió con bastante rapidez… Pero, transcurrieron algunos meses y… adivinen: apenas logró vender unos cuantos pares, no pudo pagar las cuotas del préstamo y se vio en la obligación de renegociar. Como el hoyo (orificio, para los más intelectuales) era más profundo aún, tampoco se la pudo para cancelar aquellos dividendos. Ahora, a menos que las circunstancias cambien (lo que se le ha hecho cuesta arriba), le van a embargar sus ya escuálidos bienes. Como en estos casos las circunstancias suelen valer hongo, porque el frío mundo del dinero se mueve en base a otras circunstancias, este señor, José, fue ingresado “con camas y petacas” al boletín comercial para ser exhibido públicamente en Dicom.
Siempre que concurran otras circunstancias, este señor, José, podría librarse de permanecer “prontuariado” una buena porrada de años por tratar de subsistir decentemente. Hoy es un ilegal. Las circunstancias lo llevaron al comercio ambulante. En tales circunstancias no le quedó otra que apechugar, puesto que tiene que alimentar a su familia y nadie –en las circunstancias señaladas- le va a prestar dinero para rehacer su vida laboral.
De cualquier modo, este señor, José, no se veía extremadamente deprimido. Aun en las circunstancias en contra, decía que por lo menos se está ahorrando el gasto en bencina de la camioneta, habida cuenta de las alzas que continúan experimentando los combustibles. Decía que él no puede dejar de considerar aquella circunstancia como un atenuante de su agudo problema, y que circunstancialmente en ese nuevo oficio se ganan algunos pesos que le permiten al menos darse vuelta. Ahora le tiene echado el ojo a otro negocio (legal, por supuesto). Pero en esta ocasión, sin embargo, apunta que va a considerar todas las circunstancias antes de meterse en él, y que tratará de salir de Dicom y del boletín para poder volver a la carga.
Escuchar a este señor, José, obliga a pensar en lo sorprendente que es el ser humano. Me pregunto si realmente somos tan diferentes unos de otros o son las circunstancias las que hacen que podamos ser tan tenaces y emprendedores como este señor, José, o tan perversos como la desdeñosa, egoísta y frívola sociedad, que persiste en abrumarnos con tanta circunstancia hostil.