Por Antonio Álvarez Burger
Es difícil señalar hoy el momento en que los chilenos nos pusimos tan pedantes, torpes y siúticos en el hablar, sirviéndonos abusivamente de los extranjerismos, barbarismos y lenguajes inclusivos que están destruyendo irremediablemente nuestro léxico.
Un día cualquiera, en la televisión, los homosexuales ya no fueron tales sino que pasaron a llamarse gays, mientras las mujeres dejaban de usar medias para ponerse panties y los hombres nos sacábamos los calzoncillos porque, seguramente, los slips y los boxer eran otra cosa. Vaya a saber uno por qué tanto injustificado engreimiento.
Este país no es ya el mismo. Antes se hacía gimnasia; ahora se practica aeróbic. Antes nos sentábamos frente al televisor y lo entendíamos todo. Desde que Nueva York es la capital del mundo, nadie que se precie de moderno puede darse el lujo de no conocer una que otra palabrita en inglés para demostrar que está in y no out, como decía por ahí un «famoso» de la pantalla chica.
No es lo mismo decir vestíbulo que hall, y ya no corremos sino que hacemos footing. Dejamos de hacer comentarios sobre las modelos, porque ahora ellas son top model, que para mantener la figura se privan de los cócteles, donde no toman whisky ni ingieren roast-beef sino que se limitan a consumir una bebida diet o, simplemente, un yogurt light.
El chino Ríos no alcanzó hace algunos años el liderato en el torneo de los mejores tenistas del mundo, sino que fue el top ten del mismo. Hasta hace un tiempo hablábamos del mercado; ahora es el
marketing. Si hasta las niñeras están obsoletas. Se las conoce en este momento como nurses.
No hay salud. En la pantalla se presentan los magazines (revistas), que ciertamente dan una imagen de mayor distinción, aunque los conductores sean de lo más «juleros». Si se contorsionan mucho en
el escenario y dicen cualquier cantidad de «cabezas de pescado», entonces la representación es un show y ellos son showman o showoman.
En toda esta ensaladera de voces inglesas, la del ranking no puede estar ausente, ya que todo el mundo del espectáculo, la farándula, la parafernalia, mide sus éxitos o fracasos con la vara del aplauso y la zalamería. Así están las cosas. Culturizar no da dividendos, pero sí la entretención de la calidad que sea.
La verdad es que hemos adoptado términos que ni siquiera nos hacían falta. Parece que no nos conformamos con nuestra condición de nación subdesarrollada. (Claro, porque el desarrollo se
logra primero con la cultura y ésta anda a mal traer por estos lados).
Si ni siquiera pronunciamos bien el inglés. Nos parecemos a esos charros mexicanos que se ven en las películas del antiguo oeste norteamericano, tratando de hilvanar bien (pero en vano) algunas
frases del idioma gringo.
La penetración del extranjerismo en el léxico común es la responsabilidad de muchos medios de comunicación masiva. La televisión lleva la voz cantante.
Córtenla con aquello de que somos los ingleses de América ¿De dónde sacaron eso? ¿Por qué a los puestos de exhibición y ventas no dejan de llamarlos stands? Si los representantes de los artistas no son
más que eso, ¿para qué decirles managers? A propósito de todo esto, para la última Navidad recibí varios
regalitos que me vinieron «de perilla». Me llegó una after shave, un blue jean (curiosamente de color verde), una botellita de licor irish cream bailey`s y los infaltables boxer (de esos de tres en diez mil
quinientos)… Of course.