«Ocurrió en Octubre» 

“Cada hombre, cada mujer que ame a su patria, que busque la reconciliación, la paz, la libertad y el respeto mutuo tendrá una amplia tarea en los años venideros”.
—Jaime Castillo Velasco, Una Patria para todos (Caracas, 6 de octubre de 1977)

Han pasado seis años desde aquel 18 de octubre de 2019 que marcó con fuego la conciencia colectiva de un país entero. Lo que comenzó como una protesta legítima para unos y la incapacidad racional de asimilar los exitos de Chile y corregir sus temas inconclusos para otros, terminó, para nuestra desgracia, en una insurrección violenta que golpeó los cimientos mismos de nuestra convivencia democrática. Aún hoy, seguimos tratando de comprender lo que ocurrió, por qué ocurrió y cómo evitar que vuelva a suceder. Como bien ha señalado Sergio Micco, “los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla. Debemos saber qué pasó, por qué pasó y cómo evitar que vuelva a ocurrir un estallido. La política, cuando se ejerce con respeto y diálogo, es la antítesis de la violencia”.

Su libro Ocurrió en Octubre (Ediciones UC, 2ª edición) es, sin duda, un testimonio valiente y necesario. Micco se atreve a mirar de frente uno de los momentos más oscuros de nuestra historia reciente, sin negar la complejidad del contexto ni el costo humano del estallido, pero recordándonos que en medio del miedo, la confusión y la violencia, hubo quienes se aferraron a los principios esenciales de la República. Desde su rol al frente del Instituto Nacional de Derechos Humanos, Sergio defendió lo que parecía imposible de conciliar: los derechos humanos como principio universal, el cuidado de la democracia, el respeto a las instituciones y el imperio del Estado de Derecho.

Fue, sin duda, una tarea ingrata. Era difícil estar de acuerdo en todo y aún más difícil ser comprendido. Pero Sergio Micco supo equilibrar la convicción con la templanza, el compromiso con la mesura. Hoy, más allá de los legítimos encuentros y desencuentros, su figura se inscribe en la historia como la de un hombre bueno, que ama profundamente a su patria y defendió la democracia incluso cuando hacerlo costaba caro. Por eso, este es también un homenaje sentido: por su coraje, por su integridad y por su fe en la palabra frente al grito.

El 18 de octubre nos deja múltiples lecciones. La primera y más urgente es que nunca más la violencia puede ser aceptada, reconocida ni utilizada como método de acción política. La democracia, siguiendo a Guillermo O’Donnell, es un sistema imperfecto e inacabado, que requiere cuidado y perfeccionamiento permanentes. Y, como advierten Esther Duflo y Abhijit Banerjee, “la democracia no es un censo trivial de preferencias, sino un frágil y delicado sistema de convivencia colectiva.” Lo que se fracturó aquel día fue justamente el espíritu fraternal de la democracia: la voluntad de construir juntos un destino común.

A seis años, las lecciones parecen no haber sido aprendidas. El diálogo democrático no ha logrado adquirir el carácter deliberativo que imaginó Habermas; sigue atrapado en la lógica de la desconfianza, donde predominan las voces altisonantes y la afirmación de las propias convicciones por sobre la búsqueda de acuerdos. En esa deriva, se erosiona la legitimidad, se trivializa el disenso y se debilita el pacto de convivencia que da sustento a toda República.

Volver a tener esperanza en un futuro de reencuentro democrático implica retornar a la esencia que Norberto Bobbio definió como el ideal de la democracia liberal reconocer, proteger y promover la libertad y los derechos fundamentales de las personas; expresar la dignidad, la igualdad jurídica y democrática de todo ciudadano como un mínimo común. Requiere reponer el espíritu fraterno que amalgama a los pueblos que aspiran a un destino compartido, como fundante del Estado Nación, en teoria del Estado y los elementos escenciales de su fisonomía.

Nos hace falta renunciar a la obsesión de tener la razón para abrir paso a un diálogo adulto, razonado y pacífico. Nos urge superar la barbarie cavernaria de la violencia y recuperar la tolerancia como virtud cívica. Solo así podremos reconstruir el tratado entre representantes y representados, devolver credibilidad a la política y ofrecer respuestas concretas a los problemas que nos son comunes.

La tarea que tenemos por delante, como advirtió Jaime Castillo Velasco en 1977, es amplia y exigente: reconciliar, pacificar y volver a creer. Y en ese camino, el testimonio de Sergio Micco nos recuerda que la defensa de la democracia, aún en los tiempos más oscuros, es un acto de amor a la patria.

Chile necesita más Sergios Micco.

Por Augusto Parra Ahumada, Presidente de la Fundación República en Marcha