¡Atrás quedan asientos!

¿Se acuerdan de esa frase clásica de los choferes en las micros? A sabiendas que el conductor omitía decir que ya estaban ocupados, nos apretujábamos para subir, mientras el conductor nos amenazaba con el ruido tremebundo del acelerador. ¿A pito de qué viene esto? A que se acerca el mes en que unos 140 mil jóvenes egresan de 4° Medio, y las instituciones de educación privadas desarrollan la misma estrategia del antiguo chofer de micros. ¡Atrás quedan asientos! Madres y padres sudan ante la posibilidad que su hijo no quede aceptado en una universidad del “antiguo sistema”, y desesperan ante la retahíla de sacrificios que habrán de hacer para pagar la formación profesional en una institución privada. ¿Es eso necesario? ¿O se trata de vanidad… o encubrir frustraciones? ¿Es acaso el anhelo -racional- del hijo?  

No es poco común encontrar a estos malgastando el preciado ciclo de la juventud, presos de la angustia de tener que estudiar lo que no les acomoda o, de ocasionar sufrimiento y decepción a sus sacrificados progenitores, quienes suelen representarles el costo que significan. Las ofertas de esas instituciones ¿son -realmente- un refugio para quienes no obtienen altos puntajes de selección? La prensa informa que, en el sur, una universidad privada estudia su quiebra y hace un año no entrega los títulos a sus egresados. Otra -repartida en sedes- toma el dinero de los estudiantes, pero no paga a sus profesores. Una tercera… bueno… ya sabemos en qué gastan el dinero de los aranceles.

Estimado lector: Hace ya unos años me correspondió estudiar a un economista apellidado Knecht, quien desarrolló una tesis denominada Valor de Uso/Valor de No Uso. En términos rudimentarios significa que, si usted da a un joven Valor de Uso como estudiante en una universidad privada, la familia se ve impactada por un gasto de -digamos- cuatro millones al año. En cinco años, habrá consumido 20 millones de pesos. (Siempre que no hagan la trampa de reprobarle una asignatura en tercer año, para estirar la ganancia que proporciona el cautivo). En cambio, si le da un Valor de No Uso como estudiante, y lo provee de algún bien de producción -digamos- por veinte millones de pesos (vehículos, maquinaria, herramientas), le da Valor de Uso como productor y -en cinco años- habrá pagado la inversión y producido una ganancia.

Con estos datos -arbitrarios- significa que, cuando se cae en la trampa de la oferta de formación profesional privada, la familia no se impacta en veinte, sino en 40 millones de pesos, cifra que la remuneración probable -si el joven consigue un título y trabajo- NUNCA la familia consigue reembolsar.

¿Recuerda el cuento de “El Flautista de Hamelín”? Relata que una ciudad se infectó de ratas, y que un desconocido flautista ofreció librarlos de estas. Empezó a tocar su flauta y las ratas lo siguieron hasta el río, en donde se ahogaron. Pero el pueblo no pagó todo lo que el flautista quería, de manera que éste comenzó a interpretar una extraña melodía, que hizo que los jóvenes del pueblo siguieran la irresistible atracción hasta un lugar en que desaparecieron para siempre. Solo se libraron de la fascinación, quienes no siguieron a los demás.

Prepárese con tiempo para esta etapa… para no tener que subirse a esta micro, aun cuando le digan que quedan asientos. Trate de escapar de la fascinación de los flautistas. Razone -en familia- la forma en que los jóvenes puedan proyectarse hacia un futuro menos vulnerable, en que los asientos ya no hayan sido ocupados.

* Por Jorge Retamal Villegas