Por Antonio Álvarez Bürger
¿Y?… ¿No le ha pasado a usted? Lo que es a mí, me ha sucedido con el señor Luna, con el señor Ríos, con el señor Matamala, y con una que otra señora de apellidos que ya no están en mi memoria. Todos, aplicando tal vez aquella máxima del «Time is money», considerarían de seguro que perder el tiempo conmigo «nada engendra» y que sólo la chiva de la reunión «es fecunda». La verdad es que esto de las juntas se presta para todo. Hace un tiempo se publicó por ahí que los gerentes chilenos pierden el 25% de su tiempo en reuniones insípidas, y que peor aún (no siendo privativo de los mencionados personajes tan polémico hábito) la dinámica de aquellas es, por decir lo menos, turbulenta.
Por lo general, en las reuniones al más puro estilo chilensis hablan todos a la vez, atropelladamente, tratando de imponer puntos de vista que a la postre nadie entiende o nadie oye. Existe en el fondo un irrespeto fenomenal hacia el interlocutor. Nadie escucha a nadie porque, esencialmente, hay bastante de marketing personal, de deseos de lucirse para alimentar el ego. Por eso es que cuando se me informó que el señor Vera estaba en reunión y atenderme no podía, me dije: «El pobre está hablando solo. Debe ser de esas personas a las que al principio de su arenga todos ponen atención, pero que a poco andar ya nadie pesca». Algunas reuniones, por cierto, pueden ser de innegable importancia (para qué vamos a decir una cosa por otra), ya que se desarrollan en forma adecuada y son fructíferas. Sin embargo, se acepta como una certeza que otras definitivamente no lo son, lo cual dejaría en evidencia un dilema: o nos pasamos en reuniones o trabajamos.
José Enebral (sobre este asunto del «mejor uso del tiempo») asevera en su obra que nadie parece pretender, por ejemplo, que un mejor empleo del mismo supone ir como locos por los pasillos, restringiendo la capacidad de escuchar, prohibiendo las interrupciones y despreciando el talento ajeno. «Debemos utilizar el tiempo para pensar las cosas antes de elaborar y emitir una opinión», ha dicho. Por esto (decía yo), a mí muchas reuniones me huelen a «pseudo devoción», a hastío, a digresión; en otras palabras y en definitiva, a pérdida de tiempo.
Algunas empresas estadounidenses le han estado pidiendo a sus trabajadores que tomen «un día para pensar». Más aún, en una de ellas (por lo que me han contado) había una sala cerrada por resolución de la política que denominó simplemente «Día sin reuniones». En Chile, que es donde estamos parados, la cosa marcha por otro carril, y muy distinto. El punto más decisivo y gravoso de nuestras reuniones –generalmente concurridísimas, dramáticamente largas y tediosas–, según el cuentista político Marcelo Lobos está en que nunca se cierran las responsabilidades al finalizarlas. Si se concluye una idea, nadie se hace cargo luego de ponerla en práctica.
¡Así es que el señor Vera y sus reuniones se pueden ir a la cresta..!