Cuando el aire tóxico en Chillán, Los Ángeles o Temuco puede atentar gravemente la salud de las personas

Un reciente informe de la empresa suiza IQAir reveló una preocupante realidad: Chile ocupó el cuarto lugar en cuanto a la peor calidad del aire en América Latina y el Caribe en el año 2023, siendo superado únicamente por México, El Salvador y Perú. Esta problemática se manifiesta de manera aún más preocupante en ocho de las quince ciudades más contaminadas de la región, todas ubicadas en nuestro país, siendo Coyhaique la ciudad líder en esta triste medición a nivel nacional.

El aumento de las emisiones de monóxido de carbono, producto principalmente de las fábricas, el uso de vehículos y una calefacción ineficiente basada en leña, ha desencadenado serios problemas de calidad del aire en las ciudades chilenas, especialmente en el sur del país.

El año pasado, en 2023, la situación alcanzó niveles alarmantes. Durante las primeras horas de la mañana del 29 de mayo, las estaciones del Sistema de Información Nacional de Calidad del Aire (SINCA) del Ministerio del Medio Ambiente (MMA) registraron niveles de material particulado respirable fino (MP2,5) en niveles de preemergencia en ciudades como Los Ángeles y Temuco, exacerbados por las bajas temperaturas.

La mala calidad del aire se ha generalizado en gran parte del sur de Chile y en los valles de la zona central, agravada por la falta de aislamiento y la escasa calidad de la construcción de las viviendas, lo que lleva a una mayor dependencia de la leña como fuente de calefacción, dada su accesibilidad y bajo costo en estas áreas.

El análisis del académico de la Facultad de Ciencias Ambientales de la Universidad de Concepción, Francisco de la Barrera Melgarejo, arroja luz sobre esta problemática. Destaca la importancia del extenso monitoreo que se realiza en Chile, con 63 estaciones de medición en comparación con otros países de la región, lo que permite tomar decisiones informadas para combatir la contaminación.

Sin embargo, la falta de fiscalización sobre el uso de estufas a leña es alarmante, a pesar de las advertencias de los entes reguladores. Esta ausencia de control puede atribuirse a la complejidad de las causas sociales detrás de esta situación y a la dificultad económica que enfrentan muchas familias para adoptar sistemas de calefacción más sustentables.

El académico sugiere que la fiscalización debería basarse en principios éticos y sociales, en ausencia de sistemas más avanzados. La concientización sobre el impacto de las decisiones individuales en la calidad del aire es fundamental, ya que el deterioro del aire exterior también afecta la salud dentro de los hogares, con graves consecuencias como enfermedades respiratorias y cardíacas, e incluso la muerte.