En el atardecer de las horas previas al viernes de Semana Santa, desde el “copronido” santiaguino, miríadas de langostas de ojos de luces –altas y bajas- salen de su nido y corren desaladas hacia el Sur dejando oír el pavoroso susurro de sus patitas de caucho deslizándose por la carretera. Hambrientas y amenazadoras, se abren paso exigiendo “peajes a luca” para acelerar aún más su arribo a la parcela, o casa con sitio, de la parentela víctima.
Emergen de los autos con los brazos cargados… pero de guaguas, o de cabros chicos neuróticos. P’a qué traer nada si acá en el Sur también hay supermercados, y las cosas se encuentran “más fresquitas”. A veces se acompañan de algún pisco o güisqui barato porque saben que, caramboleado el dueño de casa, éste se entrega y “se raja” más fácil que un higo. ¡Aonde lo veo fumar es que me dan ganas! ¿convídese uno? ¿tiene encendedor?” del que finalmente se apropian.
Los días de Semana Santa transcurren febriles, rápidos. Hay que aprovechar de golpear la pera de la máxima cantidad de parientes o amigos. No sea cosa que alguno se vaya “a sentir”. Adictos a la colación chatarra del santiaguino, debaten doctamente sobre cortes de carne o formas de preparación de estas. Acostumbrados a hurtar servilletas de papel en sus comederos, fruncen el ceño si no encuentran papel higiénico doble hoja. Y estacionan con soberbia sus coches que, en realidad, sólo son fardos de cuotas mensuales.
El refrigerador “pelado” y las botellas vacías anticipan la operación retorno que, normalmente, comprende el embarque de bolsas de hortalizas… “es que las de acá tienen otro sabor” dicen unos… “debe ser el agua”, acotan otros. Y los bolseros crónicos se aprestan a partir, dejando atrás el suspiro resignado de sureños que deberán soportar el último de los inacabables gastos del mes de marzo. También dejan detrás miles de corderitos huérfanos… y pollitos que se apretujan entre ellos para paliar la ausencia de gallos y gallinas… y otros miles de cerditos lechones que han observado estupefactos como sus progenitores fueron transformados en longanizas e incineradas en los altares humeantes de la glotonería abusiva… porque el recogimiento religioso les aguantó -a duras penas- el puro Viernes Santo.
No me atrevo ni a mirar, pero como que el “18” caiga en día miércoles ¡que Dios nos pille confesados!
* Jorge Retamal Villegas