Tanto la depresión como la ansiedad son moldeadas por las exigencias sociales, culturales, económicas y relacionales. Según cifras del Ministerio de Salud, un 6,2% de los chilenos sufre depresión y un 15,8% presenta síntomas asociados a esta enfermedad. Existe, además, una disparidad de género y nivel socioeconómico en la manifestación de estos trastornos y son las mujeres de menor nivel socioeconómico quienes muestran una mayor incidencia.
Desde una perspectiva psicoanalítica, ambas enfermedades se comprenden como manifestaciones de conflictos internos y externos, así como de expectativas sociales y personales. El psicoanálisis aborda estos fenómenos a través de una mirada subjetiva, considerando la importancia de las relaciones interpersonales en el desarrollo y bienestar del individuo. Bajo esta premisa, hoy todos “sabemos” de forma consciente bastante de nuestro cuerpo, “nos conocemos” y hay cierta cuota de verdad en ello. Cada vez que alguien come algo que le va a caer mal, sabe las consecuencias. Los fumadores, por ejemplo, lo tienen muy claro, pero siguen fumando, lo mismo sucede con el alcohol. Los que sufren del corazón saben que comer grasas saturadas trae consecuencias y aun con ese saber, “no se cuidan”.
El “no querer saber” suele ser la forma en la que actualmente nos relacionamos, preferimos “no saber” o desmentir aquello que sabemos. En relación a esto es que aparecen nuevas formas de lidiar con los propios conflictos – no queriendo saber nada de ellos. Dejamos de hablar, de responder mensajes o “simplemente” lo bloqueamos de nuestras vidas. Es así que estos conflictos que aparecen en las relaciones con los demás, es sustituido por otros que actúan solapadamente – de forma inconsciente, la autoevaluación y auto observación de sí con su cuota de castigo.
La frase que hoy está de moda es “Ser la mejor versión de uno mismo” (debería continuar con un “o si no” solapado, donde aparece el castigo en el horizonte). Eso es lo que se busca con ansias y la ansiedad es su testigo. ¿Esto quiere decir que la visión que se tiene previamente es su reverso “soy lo peor”, “soy un problema”, etc. Así la frase se torna en una autoexigencia, en dejar de ser y ser otro para el resto. Surgen formas de relacionarse con los demás que enferman al ser humano y que da origen a una forma enfermiza de relacionarse. A esto se suma, además, la presión del éxito económico.
En la consulta encontramos que una parte de la depresión está relacionada con renunciar a hablar. Le es difícil a alguien depresivo hablar de lo que le duele, molesta y angustia, inhiben esa forma de expresión y, al mismo tiempo, prefieren estar solos y encerrados. ¿Qué mecanismo utiliza la persona depresiva para “estar en el mundo”? Evaluarse constantemente, con la exigencia de estar bien y producir una vida favorable, en paz y con tranquilidad. Si esto no está, algo está haciendo. Es la aparición del Superyó que observa al Yo silenciosamente y lo evalúa constantemente. Ningún depresivo o alguien ansioso puede huir de esta mirada evaluadora que Freud denominó Superyó.
En el relato de la persona deprimida escuchamos que está en otro espacio y tiempo. Está conversando con alguien y entra a ese espacio en el que solo existen el yo y el Superyó “tengo que prestar atención”, “no quiero estar, pero debo quedarme igual para que no se enoje conmigo o piense que soy…”. Esto le pasa también al ansioso, llevan una vida doble y el gasto de energía es mayor. Es por eso que el cansancio se hace presente, están agotados porque su psiquismo trabaja sin parar. ¿Cuándo una persona depresiva se da cuenta de que está deprimida? Cuando entiende que no puede disfrutar de “su vida” y que está viviendo una vida que no quiere. Es decir, cuando se comienza a liberar de las exigencias y autoevaluación que nacen del Superyó. Es en ese momento que comienza a ver la vida, su vida, con sus ojos y comienza a cuidarse a sí mismo. Pide ayuda.
* Marcelo Andrés Nilo Urra, psicólogo y psicoanalista, académico Psicología de la Universidad Andrés Bello