La aventura de cara a este nuevo proceso Constitucional generaba expectativas auspiciosas: el fracaso de la propuesta anterior, sumado la tranquilidad que daba la transversalidad del comité de expertos y el diálogo generado de cara a que ésta era la última oportunidad de concluir con una nueva Constitución, hacían presumir que el texto resultante sería reconocido transversalmente; aún más, el borrador entregado por dicha comisión lograba generar un amplio consenso, recogiendo sensibilidades e incluyendo a un amplio sector de Chile, desde la diversidad de sus ciudadanos, sus credos, etnias, culturas, el respeto del medio ambiente, entre tantas otras indicaciones que buscaban poner en el centro de nuestra Carta Fundamental a la persona.
El texto final que se entregó el martes 7 de noviembre fue en votación dividida en varios de sus artículos y con recriminaciones cruzadas, tanto del texto emanado, como de la forma en que dicho documento se impuso, fiel reflejo de cómo fueron las discusiones al interior del ex Congreso, recordando con matices menos histriónicos lo vivido hace un poco más de un año, en la primera y fallida propuesta constitucional. El comité de expertos, con sus diferencias naturales, llegó a consensos con altura de miras y poniendo a Chile en el centro. Su resultado fue un borrador auspicioso; sin embargo, al ser trabajado por el Consejo Constitucional, dicho aprendizaje no pudo exportarse, sino que, por el contrario, reforzó las divisiones y no sólo entre los propios integrantes de dicha comisión, sino también profundizando las diferencias que la ciudadanía chilena viene arrastrando ya hace años.
Lo más lamentable de este nuevo proceso es que independiente de si este proyecto constitucional se aprueba o rechaza, el objetivo de avanzar en una Constitución que nos una e identifique, quedó en un slogan con mala vejez. Aquella Casa de Todos, como también se planteaba, no será tal. La fragmentación de la sociedad chilena sólo se profundiza con este nuevo proceso. Tan paradójico es el escenario y tan compleja la propuesta Constitucional, que aquellos que se oponían a la Constitución del ’80 son hoy quienes llaman a mantener vigente dicho texto y, por el contrario, quienes han sido defensores de aquella Carta Magna son los que motivan a cambiar el texto.
Quizá, como país, algo podríamos aprender de los Panamericanos, que al alero de una bandera y de un himno que se repitió Incansable y orgullosamente, las diferencias sí pueden encontrarse, los polos acercarse y mirar a Chile con orgullo y procurando siempre el bien común; pero cuando la ideología y los afanes electorales se apoderan del relato, el resultado habitualmente es malo; lo vivido en el proceso anterior, cuál déjà vu, lo volvimos a repetir hoy. El proyecto constitucional que se votará el próximo 17 de diciembre, independiente de las válidas diferencias interpretativas a sus artículos, es un documento que tristemente no logró avanzar en uno de sus principales desafíos, sino el mayor, poder ser reconocida por toda la sociedad como nuestra Carta Fundamental, aquella que nos es común, que propicia la unidad y logra representar a la amplia mayoría de las y los chilenos.
* Felipe Vergara Maldonado, analista político, académico Universidad Andrés Bello