El objetivo militar de Israel es terminar la amenaza de Hamas y controlar la Franja. Para ello, su plan bélico consiste en llegar a la capital de Gaza, Ciudad de Gaza, con una sucesión de enfrentamientos acotados que permitan consolidar las posiciones tomadas. La organización terrorista controla y conoce el escenario de combate, y la táctica israelí está orientada a evitar que Gaza se transforme en una trampa mortal para sus soldados.
Se trata de un objetivo clave que plantea mucha incertidumbre en el gabinete de guerra de Israel. Hamas alineó un sistema de defensa que incluye cazabobos, francotiradores, células operando en los túneles de la Franja, múltiples drones, granadas antitanques cedidas por Corea del Norte y fedayines que ya han batallado en enfrentamientos urbanos en Siria, Afganistán y Libia.
Mientras los combates con Hamas se libran en el centro norte de la Franja, el gabinete de guerra de Israel asume que Hezbollah atacará desde la frontera con el Líbano. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, su ministro de Defensa, Yoav Gallant, y Benny Gantz, ex ministro de Defensa y líder de la oposición, rezan a que sólo haya una reacción de Hezbollah, que en definitiva responde a las órdenes directas de Irán.
En sus últimas declaraciones públicas, Netanyahu ha planteado que la Guerra de Gaza es “la segunda guerra de la independencia”, una referencia directa a los sucesos ocurridos en 1948 cuando se creó el Estado de Israel y se inició una larga batalla con las poblaciones árabes vecinas que creyeron en promesas de un imperio inglés que ya languidecía.
La referencia de Netanyahu a los conflictos posteriores a la declaración de la independencia puede servir para consolidar a la opinión pública doméstica, pero se transforma en un puñal de doble filo si se analizan esas declaraciones desde la perspectiva árabe de la historia.
Durante esos años, casi un millón de palestinos abandonaron estos territorios bajo disputa milenaria, y en el relato de la diáspora árabe ese complejo capítulo de Medio Oriente se lo llama Nakba. Traducido del árabe: catástrofe.
Es decir, Netanyahu señaló -de manera implícita- que Israel ocupará Gaza, se hará cargo de su administración para evitar nuevos ataques terroristas y la población palestina que no acepte esta decisión política no tendrá otra alternativa que migrar hacia otras locaciones regidas por gobiernos árabes.
Hamas consumó su masacre terrorista avalada por Irán, El Líbano, Siria, Irak y Afganistán. Y en las últimas horas, el gobierno turco ha ratificado su apoyo a la organización fundamentalista que ejecutó -al menos- a 2.000 judíos y tiene secuestrados a cientos de rehenes en los túneles de la Franja.
Si Irán se limita a responder a Israel por medio de Hezbollah, la batalla estará encapsulada en Gaza y tendrá momentos de tensión oscilante en la frontera con Líbano. En cambio, si el régimen de Teherán considera que las declaraciones de Netanyahu anuncian una nueva Nakba, el tablero geopolítico de Medio Oriente habrá saltado por los aires.
Con Irán involucrado en la batalla, miles de fedayines llegarán a Gaza y a la frontera norte para librar una nueva Guerra Santa. Y Estados Unidos no tendrá otra alternativa que acompañar a Israel en su destino ante una ofensiva terrorista que se puede extender a toda la región.
Egipto y Jordania -con astucia diplomática- se mantuvieron equidistantes, pero al final serán arrasados por el efecto dominó. Y lo mismo sucederá con Arabia Saudita y Qatar, que siempre protegió a Hamas y sus líderes terroristas. Un cañonazo de más, un gesto público por afuera del guión tácito que se actúa en Medio Oriente, la Guerra de Gaza puede transformarse en un futuro distópico.
Una clave de esta proyección hacia adelante se podrá observar hoy en El Líbano. Hezbollah atacó ayer con un puñado de misiles e Israel ejecutó una replica simétrica. Pero todo habrá cambiado si la organización terrorista lanza múltiples cohetes hacia territorio israelí, y la respuesta del gabinete de guerra finalmente abre un segundo frente con Irán y sus aliados regionales.