¿Dónde estaba el 18 de Octubre de 2019?: Los nuevos clivajes

El 18 de octubre de 2019 conmemoramos con dolor la abdicación de un sector de la sociedad chilena a la democracia, en cuanto sistema articulador de la vida colectiva. El remezón removió  los clivajes de la política, transformando a algunos en una caja de resonancia de demandas diversas, dispuestas al azar sin siquiera capacidad de sistematizarlas para intentar articular una respuesta coherente; otros simplemente subieron el volumen a la calle y silenciaron las voces de la institucionalidad, abriendo a paso desbocado al populismo, que ya no podía ser atenuado, conducido y racionalizado a través de aquella democracia representativa a la que se esmeraron en atar de manos y restarle todo tipo de credibilidad, dignidad y prestancia para declararla interdicta.

Las instituciones asediadas daban cuenta del triunfo de la barbarie y la violencia, llevada al extremo de la arrogancia y el desprecio por el trabajo, el esfuerzo y la dignidad de los otros. La destrucción de los espacios públicos, aquellos que nos igualan, dignifican y hermanan, daban cuenta de la absoluta pérdida del ánimo propio de la vida en comunidad. Confieso que en algún momento fui un joven de centro izquierda, pero la dolorosa constatación que algunos compañeros de ruta justificaron, ampararon y sobre explicaron, aceptando la violencia como método de acción política o derechamente usándola a su favor, me puso en la vereda de enfrente. Siento que para muchos se movió el eje, cambiaron los clivajes. Puestas a prueba las convicciones democráticas ya no estábamos del mismo lado.

No eran 30 pesos, eran 30 años

La denostación de los 30 años volvió a mover el eje y a cambiar los clivajes. Es que para algunos la modernización capitalista resultó un proceso transformador que movió las agujas de todos los indicadores sociales y económicos, constatando que si bien el crecimiento económico por sí sólo no garantiza el desarrollo, éste tampoco es posible sin él. Sobre todo en países emergentes o de ingresos intermedios. Podría ocupar tranquilamente todas las líneas, espacios y caracteres de esta columna en mostrar los éxitos de los 30 años, pero los resumo en la convergencia de los índices de desarrollo humano de 2018. De 0,856 en categoría muy alta junto a los países de desarrollo avanzado, y el más alto de América Latina; la reducción de la pobreza, que llega en 2018 a 8,6%,  la más baja hasta ese minuto de nuestra historia; nuestros índices de libertad económica, 75 puntos en el primer lugar de LATAM, que dan cuenta de un país que ofrece certeza jurídica, instituciones sólidas, baja inflación y responsabilidad fiscal; e incluso, el índice de felicidad de la ONU 2018, que nos sitúa con 24 puntos como el país más feliz de América Latina, y apenas un punto por debajo de Francia.

A la insurrección violenta -presumiblemente articulada y organizada incluso con precisión  y probable apoyo internacional por su capacidad de organización- le siguieron manifestaciones masivas de descontento social, evitando caer en cualquier tentación de reducirlas a un sector político, daban cuenta de un conjunto de demandas que nadie procesó para establecer una agenda o determinadas prioridades. Pero se podía leer, que subyace a ese cúmulo desordenado de demandas una posible sensación de desigualdad ¿De  cual desigualdad? ¿De resultados? ¿De trato? ¿En el acceso a bienes y servicios? ¿Cuáles son las fuentes y los orígenes de esa desigualdad? Por último, ¿Y cómo se corrige?  Me atrevo a ofrecer una humilde aproximación, sin ánimo de imponerla como verdad revelada, pero como una alternativa a partir de algunos datos e ideas, desde la impresión de que algunos buscan respuestas a una narrativa de la desigualdad en convicciones propias, que pueden resultar anacrónicas a los retos de este tiempo.

Comencemos por asimilar una economía pujante, que atraiga inversión y producción o incorporación o creación de valor como principio, crecimiento como medio y una distribución estimulante para el desarrollo con una justa asignación de los resultados, que reduzca la desigualdad. Requiere necesariamente un apellido y distinción respecto de la desigualdad que queremos reducir.  A mi me parece que para equilibrar crecimiento con un marco que lo haga posible, con la reducción de la desigualdad, nos lleva a sociedades de estímulo al libre emprendimiento por el camino de avanzar en igualdad de oportunidades y a reducir las brechas que arbitrariamente pueden dejar a algún compatriota atrás o expuesto a tropelías impropias de naciones que aspiran a la inclusión y la cohesión social.

Con esa lógica tendríamos que concentrar nuestros esfuerzos en la reducción de los factores de la pobreza multidimensional en sus 5 ejes definidos por el Banco Mundial: condiciones educativas, acceso a la salud, trabajo, acceso a servicios públicos (infraestructura, conectividad), vivienda y propender a una asignación de bienes públicos más justa y equivalente. No necesariamente un Estado más grande, omnipresente o que asfixie la inversión, es uno eficiente y moderno. Pero los mismos que utilizan la violencia o la violencia de los otros como método, vieron la oportunidad de imponer un programa de minorías que no parece compatible con la inversión, el crecimiento, el empleo, ni la mejora sostenible de la vida de las personas.

Vuelta a mover los clivajes

Unos en un lado de la vereda y otros al frente ¿Donde estábamos cada uno? No daba lo mismo, y parece definitivo que en cuanto a ubicación y vereda política es muy difícil estar del mismo lado de la calzada con quienes indultan y pensionan la violencia. Lo cierto es que, pese a que parece haber principios difíciles de transar que nos pusieron al frente, debemos construir un futuro común, que encuentre consensos en una estrategia de desarrollo, que ponga a Chile y su economía de pie y que nos devuelva la esperanza en un futuro de paz,  prosperidad y reencuentro. Los países no pueden triunfar cuando las emociones, intuiciones, o propias creencias -sin la necesaria base en los datos- derrotan a la razón, a la ciencia, al humanismo y al progreso.

* Por Augusto Parra Ahumada