Mito y Ciencia

El análisis inconcluso de las eventuales analogías entre mito y ciencia, sostenidas por algunos historiadores, da cuenta -en último término- del parecer que tengamos de lo racional. En efecto, se sostiene por algunos que tanto el mito como la ciencia no sólo no se oponen, sino que se hermanan en su objetivo de explicar el mundo. Y que la puerilidad de las explicaciones del primero encuentra su correlato en el carácter provisional y transitorio de las verdades científicas. Ciertamente que se coincide en cuanto a que el pensamiento mítico no es un atributo exclusivo del hombre “primitivo”, expresado con ese dejo valórico despectivo de minusvalía intelectual hacia el hombre pretérito. En efecto, los trabajos de Jung advierten sobre la presencia efectiva del pensamiento mítico en el hombre moderno, lo que Freud denomina “remanentes arcaicos”. No obstante, las categorías de análisis poco o en nada coinciden con las de la ciencia. Tanto así, que el conocimiento que con ambas se alcanza (conocimiento que va en busca de la verdad, en definitiva), difieren en lo sustantivo: su fundamento. 

Ya Platón, en una acertada reflexión, nos hacía ver lo distante que está la simple doxa, la mera opinión, de la episteme, es decir, del conocimiento fundado racionalmente y buscado por medio de un método. Características fundamentales para lo que nos interesa. Efectivamente, la ciencia nos otorga “verdades” cuyo sustento es racional, buscado (y no otorgado) y metódico, en tanto sujeto a unas pautas que la validan, pero que al mismo tiempo le otorgan el carácter modesto de su transitoriedad. 

Una segunda cuestión tiene que ver con las herramientas disponibles  para  el  análisis  de la realidad. El hombre primitivo no contaba  ciertamente con otro tipo de pensamiento. Éste era el disponible y no otro. El descubrimiento de la razón o la fundamentación racional, en tanto supera la sujeción mítica para darse explicación de la realidad, es un logro del cual el hombre no puede prescindir. El hombre ha perdido su inocencia y tiene que abocarse a una interpretación racional de todo, aún a riesgo de equivocarse. Y debe rezagar su inclinación a la pereza que le otorga el mullido respaldo mitológico. Con el fundamento racional el hombre sabe a qué atenerse y, por tanto, puede endilgar con mayor seguridad su peregrina existencia en busca de la verdad o, si se prefiere, la mirada kantiana, en busca de la felicidad. No se entienda que las emocionalidades quedan fuera del entorno humano. Lo que se afirma en estas líneas es que la herramienta de la razón siempre será más efectiva que la actuación de la imaginación, lo emotivo o lo visceral. En el caso extremo de lo no racional, como lo es por ejemplo el amor, unas alícuotas de racionalidad lo hace más efectivo, liberándolo de lo mero límbico y haciéndolo más humano.

En una perspectiva futura, si bien hay que reconocer que el hombre es portador de esa dualidad de pensamiento mítico-racional, debemos asumir que el segundo es el que nos impulsa a una mejor interpretación del entorno que nos corresponde vivir, y que colabora en una mejor comprensión del primero. Por cuanto la interpretación del mito se hace, en definitiva, con lo racional que el hombre posee.  

* Fernando Rocha Pavés, académico Departamento de Especialidades, Facultad de Medicina de la Universidad de Concepción.