Bolaño, 20 años

Café La Habana, Ciudad de México Archivo del autor

Hace 20 años murió Roberto Bolaño y curiosamente, a pesar de mi edad en ese entonces, recuerdo el tratamiento de dicha noticia con dos situaciones puntuales. La primera es la conocida anécdota de la conductora, que por televisión y estando al aire, lamentó la muerte del actor que había encarnado a personajes como el Chavo del 8 y el Chapulín Colorado, y la segunda es haber leído en un diario un texto que brevemente, en un par de líneas, informaba sobre el deceso de un escritor de novelas policiacas. El primer hecho hoy sería inexcusable. Roberto Bolaño Avalos pese – a mi parecer- ser  tan mexicano como Roberto Gómez Bolaño (el que sí dio origen a la mítica vecindad) hoy es una figura reconocida en la literatura hispanoamericana, y dista bastante del escritor outsider cuyo mito algunos pretenden hacer perdurar de dicha forma, sin que esto quite mérito a la esforzada manera en que se abrió paso en el mundo de las letras, y haga perdurar la historia de su vida como una especie de leyenda, en la que abundan tópicos desgastados comunes sobre las vidas de los escritores y poetas, pero que a fin de cuentas -al revisar dejando de lado aquel romanticismo- nos presenta a un hombre que vivió lo cotidiano como puede vivirlo cualquiera de nosotros.

Sólo que él escribió ese clásico contemporáneo que es Los Detectives Salvajes y que me sirvió de guía de viaje para recorrer la apasionante Ciudad de México. Mi segundo recuerdo, hoy, hace que reconozca que aquella noticia pecaba de un reduccionismo brutal y que indudablemente se encuentre relacionado con la primera. Cierto es que Bolaño escribió novelas con elementos policiales, como La Pista de Hielo, pero más allá de catalogarlas dentro del género, creo que dichos elementos son el sentido figurado de la búsqueda como  elemento recurrente en su obra. Los personajes de Bolaño buscan, vagan, descubren, y les subyace el horror. Buscan vivir poéticamente a una persona específica, y vagan perdiéndose  para encontrarse entre ellos, como en Los Detectives Salvajes, novela de aprendizaje que podría animar a muchos a  dejar los cuadernos y los lápices de la universidad o el trabajo para usarlos dedicándose a escribir poesía. Descubren y analizan crímenes con informes de autopsia incluidos como en su póstuma 2666, situándonos ante problemáticas que hoy son compartidas por toda Latinoamérica; y también recae sobre ellos el horror, horror como aparente contrapartida de la belleza, pero que sin embargo resulta no ser contradictorio con la misma. Así el poeta-torturador de Estrella Distante (novela que en parte se desarrolla en la ciudad de Concepción) o el agónico escondite de Auxilio Lacouture en la casi onírica Amuleto, ambientada en pleno 68 mexicano.

Con todo, y pese a lo anecdótico de mis recuerdos sobre su muerte,  Bolaño debe ser leído, sea como escritor chileno, mexicano o español, o como un escritor mexicano nacido en Chile, que murió en España; y, sobre todo, Bolaño está vigente,  con polémica entre viudas y albaceas literarios, publicado por gigantes del mundo editorial, disponible en casi todas las librerías con ediciones económicas y con algunas obras póstumas, que preferiría no haber leído y que en lo sucesivo tal vez no lea, pues parte de su propio mito -donde tal como en su literatura resulta imposible distinguir la realidad de la ficción- me hace dudar razonablemente sobre la pertinencia de las mismas.

Por Christopher Henríquez Guzmán, abogado y académico