Recientemente expuse en una comisión de la Cámara de Diputados para manifestar algunos aspectos del proyecto de ley, originado en mociones refundidas, que modifica las normas sobre protección de los derechos de los consumidores, para exigir que los dispositivos móviles de información y telecomunicaciones y los videojuegos incluyan advertencia sobre los riesgos de su uso desmedido en menores.
Estudios realizados por la Sociedad Americana de Pediatría, la Asociación Psicológica Americana y la Asociación Francesa de Pediatría Ambulatoria, entre otras, desaconsejan todo uso de pantallas en menores de 2 años, considerando que genera efectos nocivos en el neurodesarrollo del niño, al actuar sobre el circuito de recompensa dopaminérgico, y afectando a la corteza prefrontal, lo cual incide directamente en el desarrollo de las funciones cognitivas (perjudicando ámbitos vinculados a las habilidades sociales, la resolución de problemas y la comunicación). Por otra parte, niños de 2 hasta 5 años no deberían estar expuestos más de 1 hora diaria (siempre acompañados de un adulto).
Varios psiquiatras y psicólogos mencionan que existe una “crisis de la atención”, generada especialmente en los más jóvenes y pequeños por la exposición prolongada a las pantallas, provocando un importante deterioro a nivel de las funciones cognitivas, es decir, aquellas que requieren de una atención voluntaria y activa por parte nuestra. La literatura científica muestra que las redes sociales operan como estímulos externos intensos que activan partes más antiguas de nuestro cerebro, ligadas con nuestra atracción hacia la comida, el sexo, la posición social, el poder y la emoción, alertándonos de los posibles peligros, activando así principalmente, aunque no exclusivamente, la atención involuntaria. En este sentido, las imágenes, sonidos y movimientos percibidos por medio de una pantalla activan la atención involuntaria, mientras que las actividades escolares, el trabajo y las relaciones interpersonales exigen una atención voluntaria.
Por ello, en el día de hoy podemos ver a niños y adolescentes pasar varias horas frente a un dispositivo, pero a la vez presentan altas dificultades para poder prestar atención a las clases, realizar tareas aparentemente sencillas o mantener una interacción social. El argumento más esgrimido para justificar las dificultades de ellos es que esas actividades son “aburridas” a diferencia de lo que ocurre en la interacción con estos dispositivos. Sin embargo, es importante señalar que los niños requieren de cierta dosis de aburrimiento. En el caso de los menores, les permite hacer frente a la frustración y controlar sus impulsos, además de crear espacios para la imaginación y la motivación.
No obstante, si abordamos el tema de fondo, el problema no son los dispositivos en sí mismos, sino el tipo de relación que establecen los sujetos con dichos dispositivos. Y esa relación es en gran medida el reflejo del vínculo que se establece entre los bebés, los niños y niñas, las y los adolescentes con sus respectivos cuidadores, sus referentes sociales y el modelo de sociedad en el cual habitamos.
Por Rodrigo Cornejo Portilla,
director Escuela de Psicología, UNAB Sede Viña del Mar