La opción de Boric por abrazar  y empoderar al bacheletismo

La cuenta pública es siempre una oportunidad para los gobiernos de retomar la agenda, mostrando lo hecho y el rumbo de lo que se propone hacer. Ésta era una cuenta particularmente importante para el Presidente Boric que venía saliendo de dos sendas derrotas electorales que, en menos de ocho meses, arrebataron el relato y la épica a su programa. Y, en general, pese a lo extendida de su cuenta, el mandatario salió bien parado. Es que con micrófono y cámaras aparece la maestría que tiene Boric para dotar de belleza el lenguaje en sus diversas formas, para persuadir y conmover. Si de oratoria se trata, Boric es superlativo.

Visto así, lo más probable es que el Presidente capitalice algo de aprobación en las encuestas, tal como sucedió después de la primera rendición a la nación. Pero también, luego de esa primera cuenta, se hizo evidente que el encantamiento presidencial no es suficiente. Por lo mismo, más que la evaluación puntual de la exposición del jueves, más vale la pena mirar las señales que dejó una cuenta que en la forma mostró a un Gabriel Boric dueño de la escena y energizado y, en el fondo, a un Presidente consciente de la magnitud del poder que ha perdido en un año. Por ese poder decreciente, el Mandatario no estuvo dispuesto a quedar aún más solo tras la cuenta. Luego de las dos derrotas electorales y del abandono de gran parte de la ciudadanía que en su día lo votó, el Presidente no tenía la fuerza para optar discursivamente ni por el Socialismo Democrático ni por Apruebo Dignidad.

Si bien mantuvo su inclinación hacia políticas públicas socialdemócratas, bajo la premisa de que era posible “mantener los principios y ajustar las prioridades”, hizo guiños permanentes a ambos mundos. Entre otras cosas, su discurso fue tan largo porque se vio compelido a seducir y conversar con sus dos almas ante la falta de poder para orientar por sí solo el gobierno en una clara dirección.

Complementariamente, el Presidente cedió a una suerte de parlamentarismo de facto, buscando traspasar a la oposición los costos de la falta de acuerdos. Si hace un año amarró su suerte al triunfo del Apruebo, esta vez ató el éxito de lo que queda de su programa a la aprobación de la reforma tributaria.

Una reforma que penderá fundamentalmente de los votos de parlamentarios de Chile Vamos, quienes, horquillados por Republicanos y envalentonados ante el escenario económico actual, más que subir impuestos, pretenderán bajarlos.

Mismo caso con la reforma de pensiones que, para progresar, lo más probable es que la oposición pida retirar el actual proyecto del gobierno o, al menos, darle una arquitectura muy distinta. Elocuente respecto de su desempoderamiento fue también el que Boric buscara sortear la tormenta política cobijándose en la ex Presidenta Bachelet. El Mandatario ha encontrado en ella una aliada incondicional, dispuesta a quemar sus naves por el éxito de una generación gobernante a la que considera heredera de la Nueva Mayoría.

Esta vez, durante la cuenta pública, Bachelet dio un paso más. No sólo participó como observadora de una serie de guiños que le hizo el mandatario, sino también asumió un rol proactivo, en primera persona, defendiendo todos los puntos de la cuenta pública en una suerte de segunda vocera presidencial. Frente al escenario adverso, el Presidente abraza y empodera al bacheletismo al tiempo que pone a Bachelet como dique de contención a cualquier intento del Socialismo Democrático por desembarcarse de un gobierno en dificultades. De paso, la ex mandataria vuelve de lleno a la política contingente para insuflar fuerzas a una izquierda desesperanzada frente a la arremetida electoral de la derecha.

También, la alusión a la conmemoración de los 50 años del golpe de estado fue protagónica en la cuenta y despertó grandes aplausos en las izquierdas. El horizonte del 11 de septiembre quedó esbozado como un espacio de reencuentro de un anti pinochetismo desdibujado tras una votación que dividió a la centroizquierda para el plebiscito del año pasado. Tres horas y 36 minutos se tomó el Presidente para decirle al país que es un político de fuste, que no se amilana ante los tiempos rudos y que también se sabe en franca minoría. Por lo mismo, antes que arrinconarse, está dispuesto a ceder todo el poder que sea necesario (dialogar y negociar) para avanzar en sus reformas. Al mismo tiempo, buscando recuperar fuerzas, notificó a las izquierdas, que, o se mantienen como una gran familia (con Bachelet como madre y factótum) o corren el riesgo de ser arrasados por la derecha pinochetista. (Publicación de Ex-ante).

*Cristián Valdivieso, Director de Criteria